lunes, julio 31, 2006

DE LIBROS

(Anécdota real)
Lunes 31 de julio, 2006.

Hoy fue una de esas tardes en que la Luna aparece antes de que el sol se oculte por completo. Me sorprendió la decisión con la que se coló a la tarde, minutos antes de que apareciera la noche, como si estuviera empeñada en mostrarme algo de vital importancia. Una vez instalados en una tarde fresca, la Luna me mostró la siguiente escena.

Un joven, aproximadamente de mi edad (24 años, para quienes ven importante el número), conducía su auto por una avenida de la Ciudad de México. De pronto su mirada vio que en la banqueta del otro lado de dicha avenida se encontraba una librería. Algo había, además de libros, en aquel lugar, que hizo al joven orillarse y estacionar su auto para ir directamente hacia allá.

Vendían libros “antiguos y contemporáneos” de segunda mano. Pero lo que había llamado la atención del joven era la cantidad de libros acomodados en las paredes… el color del papel muchas veces leído, desgastado por las pupilas de quien alguna vez fue su dueño. El aroma tan peculiar y la combinación de temas y autores tan variados, unos tan vivos y otros más… muertos, en espera de que alguien los reviva.

Pero entonces noté algo: entró sin decir nada. Ni un “Hola” o un “Buenas tardes”. Nada. Sin preocuparse por si había alguien más en el local, el joven se dedicó a hurgar con la mirada en los rincones de las repisas.

La risa de una niña (7 años aproximados) le hizo percatarse de la presencia de otras personas. El joven no cambió su actividad, pero en sus ojos vi que se sintió apenado por el olvido de saludar al dependiente o vamos, por lo menos haber reparado sobre la presencia de alguien más.

“¿Por qué entra tanta gente a la librería?” inquirió la pequeña y una voz masculina, suave, pacífica, alegre, le dijo “Por que hay gente a la que le gustan los libros y viene a buscar algo para leer… y también por que hay gente que necesita saber algo”. El joven se detuvo al escuchar esas palabras... nunca había pensado el por qué alguien entraría a una librería… es mas… hasta ese momento no se había preocupado por el motivo que lo había hecho estar ahí. En ese momento su mirada se fijó en un libro. Lo tomó, revisó la portada, la contra portada, leyó la primera página:

“El amor es una bandera de triunfo,
humildes somos un hilo de su tela,
confiados somos sus tejedores”

Revisó el precio y pensó que sería una buena compra. Sin mayor preocupación intentó regresar el libro a su sitio original. Pero esa labor tan simple se complicó de más. Al intentar introducir aquel libro de color blanco en el espacio correspondiente, se doblaba, se caían los demás libros impidiéndole entrar, se abría como si con pies y manos el propio libro se resistiera a regresar. El joven intentó colocar el libro en su lugar de cuatro maneras distintas… y no podía. Le sorprendió que no pudiera hacerlo. Entonces sonrió y hablándole al pequeño libro le dijo “Así que no piensas regresar ¿eh?... está bien, te llevaré… pero déjame seguir conociendo la tienda”. Y guardó el libro en su lugar.

“¿Buscas algo en especial?” preguntó una voz ronca, de edad avanzada, un señor en cuya voz se encontraban todas las respuestas a la vida… por que sabría perfectamente qué libro recomendar ante cualquier duda que se le planteara. “No, no gracias, únicamente estoy conociendo el lugar” dijo el joven un poco apenado al ver al señor, con un niño en sus piernas (5 o 6 años, hermano de la niña), la niña que preguntó los motivos de los visitantes y el papá de los niños que había dado la mágica respuesta. “Por que allá al fondo tengo un anexo donde podrías encontrar más… por si gustas pasar a conocerlo” dijo el hombre señalando hacia el fondo del local, donde tras cruzar un pasillo, se encontraba un lugar aún más lleno de letras, de historias, de vidas… de libros.

El muchacho recorrió el lugar sin calma pero sin prisa registrando temas, autores, propuestas y paisajes. Pero en su mente rondaba aquel libro blanco que se había resistido a regresar a la pared. Salió del anexo y fue directamente hacia el sitio donde se encontraba aquel ejemplar. Lo tomó en sus manos y fue a pagarlo.

“¿Qué precio tiene?” dijo el señor “30 pesos” contestó el hombre “Dáselo en 25… para que no se espante el joven… y regrese pronto” respondió el señor con una amplia sonrisa a la que el joven respondió sin pena y mucho agradecimiento. Mientras pagaba y recibía a su nuevo acompañante el joven dijo “Tiene usted un lugar increíble” y pude ver como los ojos de los dos niños se iluminaban tanto como sus sonrisas. “Cuando necesites algo, llámame… y si no tenemos el libro aquí, te lo consigo…” todos rieron amablemente “Y si no… lo escribimos” concluyó el joven.

Y esta vez no olvidó despedirse. “Que tengan una linda tarde” expresó el joven al tiempo que extendía la mano a cada uno de los presentes y con una gran sonrisa todos estrecharon sus manos. Y es que los libros, sin que siquiera los hayamos leído todavía… nos educan… pero mejor aún, nos recuerdan que somos seres humanos y que aunque coexistimos… es mejor convivir.

El joven salió de la librería con una sonrisa y con el firme propósito de regresar, pues hubo dos o tres libros que lo tentaron a tomarlos en sus manos, pero no lo hizo para evitar un episodio como el del libro blanco. ¿Será acaso que los libros nos eligen? ¿nos llaman? ¿nos buscan? Después de todo, ellos no cambian su esencia cuando son leídos… y nosotros nos transformamos cuando un texto nos convierte en lectores.

Entonces el muchacho recordó la pregunta de la niña “¿Por qué entra tanta gente a la librería?” y revivió la respuesta de su padre… “Por que hay gente a la que le gustan los libros y viene a buscar algo para leer… y también por que hay gente que necesita saber algo”. Se detuvo y sacó el libro para ver nuevamente su portada y descubrir que él, esa tarde, pertenecía al segundo grupo de visitantes. El título del libro era: “Respuestas sobre el amor”.